3 cuentos para que los peques se vayan a la cama

Un buen cuento infantil es al fórmula perfecta para que los más pequeños de la casa se vayan a dormir.

En el artículo de hoy os recomendamos 3 cuentos cortitos ideales para que los niños se vayan pronto a la cama.

Volver a las rutinas

Todos los niños se descontrolan durante las vacaciones de verano, es algo normal al no tener cole.

La rutina habitual que tienen durante los meses de colegio desaparece, comen a destiempo, hay más tiempo libre para jugar, se acuestan más tarde y se levantan también más tarde…

Es algo lógico y normal durante estos meses. En cuanto el curso arranca toca volver a esas rutinas y el de irse pronto a la cama es de lo que más les cuesta a los niños.

Una buena motivación para que el irse a dormir no se convierta en un drama puede ser contarles un cuento.

Cuentos para que los peques se vayan a dormir

1. El pirata Malapata

Fuente: https://mumablue.com/blog/

El pirata Malapata saltó desde la cubierta del barco hasta el bote y se mojó los pies.

– ¡Rayas y centollos! Ahora volverán a olerme los pies a pescado podrido- resopló.

El pirata llevaba tres meses navegando junto a su tripulación en busca de una isla perdida. Y durante tres meses no había dejado de llover. Sólo los últimos dos días había salido el sol y los piratas habían conseguido secar su ropa colgándola en los cables del mástil. Más que un barco pirata, el galeón Boquerón parecía un tendedero.

En circunstancias normales, el pirata Malapata se habría puesto furioso por mojarse los pies y habría colgado del botalón a media tripulación. Pero hoy estaba contento. ¡Al fin podrían enterrar el mayor botín con el que ninguna banda de piratas se había hecho jamás! Tan espectacular era el tesoro que había estado a punto de hundir el galeón “Boquerón”, por su gran peso!

-¡Por fin ha llegado el día! ¡Neptuno nos ha asistido! Contemplad, piratas, la isla perdida- exclamó Malapata, triunfal.

-Mi capitán -dijo, tímidamente, un joven marinero – Me temo que esta no es la isla perdida que buscábamos.

-¡Cómo lo sabes! -aulló el temible capitán.

-Porque ya lo dice la propia palabra: per-di-da. Esta isla ya la hemos encontrado, luego no está perdida -argumentó el marinero.

El pirata Malapata dudó por un instante. Pensó que el grumete tenía razón. ¡En el momento en el que encuentras una isla, ésta deja de estar perdida! El pirata Malapata se quedó callado, se levantó el parche del ojo para poder mirar mejor la isla. Después comenzó a dar vueltas en círculos, musitando palabras por lo bajo mientras hacía ademanes con su garfio. Tras reflexionar un largo rato ante la expectante mirada de su tripulación de malhechores, dijo casi para sí:

– No importa. Enterraremos aquí el tesoro de todas formas.

Y, dirigiéndose a la tripulación añadió:

-¡Os ordeno enterrar aquí el tesoro y, después, perder la isla!

-Pero mi capitán… si perdemos la isla, perderemos también el tesoro -rechistó, tímidamente, el marinero.

El pirata Malapata volvió a quedar pensativo unos instantes. Luego, dijo:

-Entonces os ordeno enterrar el tesoro, perder la isla y volver a encontrarla.

-Pero mi capitán, si volvemos a encontrar la isla… ¡ya no sería una isla perdida! -insistió el marinero.

El pirata Malapata resopló. Su cara se puso roja, morada y después azul. La tripulación entera se estremeció.

-¡ENTONCES….! – Aulló Malapata. – ¡Os ordeno enterrar el tesoro, perder la isla y perder el tesoro!

Y así es como, en medio del océano, hay una isla perdida con un tesoro perdido… ¡que nunca nadie ha logrado encontrar! Si alguna vez navegas por el Atlántico, presta mucha atención al horizonte. ¡Tal vez logres encontrar la isla perdida y desenterrar el tesoro pirata más magnífico que se haya conocido jamás!

2. La maceta vacía

Fuente: www.arbolabc.com

Hace muchos siglos atrás, el emperador de China hizo un gran anuncio: necesitaba encontrar a alguien para reemplazarlo como emperador, pues estaba envejeciendo y no tenía hijos. Como siempre le había encantado la jardinería, decidió repartir semillas de flores entre todos los niños y niñas del reino.

—Quien dentro de un año me traiga las flores más bellas, será el sucesor al trono— proclamó el emperador.

Todos los niños y niñas fueron al palacio a reclamar sus semillas. Entre los niños se encontraba Ping, el mejor jardinero de todo el reino. Sus habichuelas y melones eran siempre las más dulces y sus flores las más coloridas y perfumadas del mercado.

Con cuidado, él plantó la semilla que el emperador le había dado en una maceta con tierra fértil. El pequeño regó y cuidó la semilla con mucho esmero, pero no pasó nada.

Sin embargo, las semillas de los otros niños brotaron rápidamente y crecieron hasta convertirse en hermosas flores de todos los colores y tamaños. Todos se burlaron de Ping y comenzaron a llamarlo “el niño de la maceta vacía”.

Ping plantó su semilla en una maceta más grande con tierra negra fertilizada. Aun así, nada brotó.

Finalmente, llegó el día de llevar las plantas al emperador. Ping estaba triste, pero tomó su maceta vacía y caminó hacia el palacio. El emperador observó con detenimiento las plantas verdes de flores coloridas de los niños y niñas. Cuando llegó hasta Ping, dijo con el ceño fruncido:

—¡Me trajiste una maceta vacía!

Todos comenzaron a reírse del niño de la maceta vacía.

Ping agachó la cabeza y dijo con mucha vergüenza:

—Lo siento su majestad. Intenté de todas las maneras cultivar la semilla, pero no brotó nada de ella.

El emperador sonrió y señalando a Ping, dijo a todos los presentes:

—¡Les presento al nuevo emperador de China! Todas las semillas que les entregué fueron cocinadas para que no pudieran crecer. No sé cómo el resto de ustedes cultivaron flores, pero ellas no crecieron de mis semillas. Ping es el único que ha sido honesto y por esto merece ser emperador.

Ping creció para convertirse en uno de los más memorables emperadores de China. Él fue siempre honesto y dedicado; se preocupó por sus súbditos con el mismo esmero con el que cuidó la semilla que lo hizo emperador.

3. La farola dormilona

Fuente: www.pequeocio.com

Las farolas, como buenas farolas, trabajaban por la noche y dormían por el día. Cerraban sus ojos cuando llegaba el sol, y dormían durante horas. Más tarde, cuando comenzaba a oscurecer, los ojos de las farolas, llenos de luz, se encendían para iluminar las calles.

Así era su vida y a todas les gustaba vivir así: de noche, en calles vacías, con toda la ciudad durmiendo y la luna en lo más alto presidiendo el cielo. A todas menos a una. Vivía en un parque de la ciudad y la llamaban la farola dormilona porque se pasaba la noche durmiendo y por el día, cuando nadie necesitaba de su luz, se mantenía encendida y brillante. Sus compañeras se pasaban el día regañándola:

¡Como sigas así acabarán por pensar que estás estropeada!

– No te das cuenta de que tu función es estar encendida por la noche…

– Claro, por el día no eres más que un gasto de electricidad innecesario.

La farola dormilona sabía que sus amigas tenían razón, pero no podía evitarlo. A ella le gustaba estar despierta de día, cuando la calle estaba llena de gente y de actividad, cuando los pájaros cantaban alegres y los niños correteaban por el parque.

– Pero es que la noche es tan aburrida… Nunca pasa nada, ni nadie…

Hasta que un día llegó al parque un viejo búho. Se había escapado del bosque porque sus ojos cansados ya no podían ver en la oscuridad como antes.

Vete a la ciudad – le habían dicho sus amigos –. Allí siempre hay luz, incluso de noche.

Así que el viejo búho había cogido todas sus pertenencias, pocas, la verdad, pues no era animal de acumular cosas, y había llegado hasta el parque donde vivía la farola dormilona. Tal y como era su costumbre, durmió todo el día y por la noche, al abrir los ojos, se encontró con aquella cálida luz de las farolas. Tan feliz estaba con aquel resplandor que permitía ver a sus ojos gastados, que se puso a ulular.

Todas las farolas se pasaron días comentando la belleza y singularidad de aquel canto del búho, tan diferente a lo que habían escuchado hasta entonces. Todas, menos la farola dormilona…

¿Y de verdad es tan extraño ese canto?

– Es increíble, estoy deseando que llegue la noche solo para oírlo.

Pero, ¿ese tal búho no puede cantar por las mañanas?

No, si quieres escucharlo tendrás que quedarte despierta por la noche, como todas las demás.

Tanto le picó la curiosidad a la farola dormilona, que la siguiente noche, en contra de su costumbre, permaneció con sus dos ojos luminosos abiertos. Era la primera vez que se quedaba despierta y le sorprendió la belleza de la luna, el sonido de los grillos entre los arbustos y sobre todo, aquel canto profundo del viejo búho.

A la mañana siguiente estaba tan cansada, después de haberse mantenido despierta tantas horas, que no le quedó más remedio que dormir y dormir. Hasta que llegó la oscuridad y sus ojos se abrieron para iluminar la noche.

Y así, día tras día. Noche tras noche. Nadie volvió a llamarla la farola dormilona.

Estos son solo un ejemplo de muchos cuentos cortos e ideales para contarles a los peques justo antes de dormir y que les ayudarán a relajarse.

Puedes encontrar muchos más en blogs y en páginas dedicadas al mundo infantil.

¡Feliz vuelta al cole!


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